Primeras aproximaciones al abordaje de lo mental en Córdoba: dificultades de una práctica psiquiátrica*

por Julieta Lucero

Las primeras producciones sistemáticas sobre lo mental aparecen en el espacio local a partir de 1888 con la creación de la cátedra de Psiquiatría de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Córdoba. Muchos de los médicos que egresaban de la Facultad de Ciencias Médicas pertenecían a los sectores dominantes, tanto social como políticamente, de la Provincia de Córdoba (Carbonetti, 2004, 105). Para atender a las producciones de estos galenos sobre las cuestiones mentales acerca de la neurastenia, nos centraremos en las tesis requeridas para obtener el título de doctor en medicina en la época. Nos interesa considerar que dicha producción de saberes forma parte del incipiente proceso de profesionalización que transitaba la especialidad psiquiátrica, enmarcada en un contexto de articulación del rol de la medicina con el Estado en la búsqueda de control social. La construcción de los conocimientos sobre lo patológico era en gran medida una respuesta a los desarreglos que el arribo de la modernidad, y la industrialización, generaba en el clima económico, social y cultural de fines de siglo en un Estado que apenas comenzaba a consolidarse y buscaba garantizar el orden.

Al ingresar a la letra de estos tesistas aparecen los primeros estudios sobre el tema en 1896 y en 1898 con los trabajos de Simeón Martínez y Arturo Pitt titulados ambos como Neurastenia (Agotamiento nervioso). Ambos refieren a los autores americanos George Miller Beard y Wier Mitchell como los primeros en encargarse de la neurastenia, y a los franceses Charcot, Janet y Ribot como los encargados de la vulgarización de la enfermedad. Pero fue la escuela francesa de la Salpêtrière, la que marcó los edificios conceptuales de sus lecturas y generó las modalidades locales de apropiación y de construcción de esta enfermedad nerviosa. Los criterios etiológicos del trastorno de Beard aparecen dispuestos en una relación excesiva al trabajo como así también al espacio social. Es que “la vida alegre de las grandes ciudades con el abuso de los placeres que trae consigo, excitando y fatigando el cerebro, son otras tantas causas productoras de la enfermedad. Por eso se observa esta neurosis en las clases elevadas de la sociedad” (Pitt, 1898, 16). Tampoco deja de lado, el autor, el trabajo muscular excesivo, las emociones morales y los excesos genitales como una causa poderosa de conmoción nerviosa (p.17). Sin embargo, los sujetos de clase social baja eran, para estos psiquiatras, menos proclives a contraer la enfermedad puesto que al tener menos responsabilidad de sus actos, sumado al modesto rango que ocupan, los exonera de muchas exigencias y tienen menos deberes que cumplir en la sociedad (Martínez, 1896, 9). Las problemáticas que acarreaban los excesos, muy probablemente propios de los tiempos que transitaban, constituían el punto central de la praxis que preocupaba a estos psiquiatras en formación. Es decir, se trataba de una clara política de regulación de los modos de comportamiento y goce cotidiano.

Ahora bien, dichos criterios para abordar la neurastenia eran entendidos desde una clave biologicista y también desde una moral propia de la época y del espacio local, característico de una Córdoba con un marcado rasgo católico conservador. La sanción moral de la comunidad científica aparecía exacerbada cuando se entendía, por ejemplo, que en casos de un “apetito sexual desmedido” se generaba un “empequeñecimiento de la personalidad moral” (Martínez,1896, 66). Por su parte Pitt entendía que la miseria y la vida vagabunda podía conducir a los individuos a este mismo fin (p.40).

Sin embargo, y este es un punto esencial de nuestro abordaje, las lecturas a partir de dicha clave somaticista-moral parecieran no corresponderse con lo que los psiquiatras locales efectivamente hacían en su práctica. Acordamos con Bercherie (1980) en que si nos detenemos un momento en este conjunto de conjeturas y perspectivas es porque es necesario remarcar que, aunque la disciplina psiquiátrica de la época examinaba a sus pacientes desde una clave neurológica, ocupándose de las perturbaciones de las funciones más complejas del sistema nervioso central, no podemos obviar sus flagrantes dificultades para encontrar fundamentos anátomo-patológicos a sus hipótesis (p.87). Pensamos que, para el caso de los primeros psiquiatras de Córdoba, si no era factible hallar dichos fundamentos en cada paciente, la sanción moral haría de soporte a ese eslabón perdido. Esto nos da paso a adentrarnos en las dificultades con que estos galenos de la medicina mental se topaban en su práctica, pues las observaciones clínicas que describen en sus trabajos muestran de algún modo el fracaso de esta: el tratamiento para la neurastenia no era el farmacológico primordialmente (como podría esperarse), sino que el “realmente útil y eficaz es el tratamiento higiénico, el tratamiento moral y físico combinados” (Martínez, 1898, 87). El uso de la sugestión mediante el tratamiento moral, desempeñaban para Martínez un rol importantísimo. Se trataba de ganar la confianza del enfermo y ejercer sobre él una autoridad completa. Por su parte Pitt (1898) agrega el aislamiento, el reposo, los masajes, la electricidad y la sobrealimentación (p.46). Es llamativo que haya habido tanta precisión respecto a los centros nerviosos, y a los órganos afectados, por esta patología (tema que no desarrollamos aquí por cuestiones de espacio) y que la terapéutica de la misma consista, más bien, en establecer adaptaciones del comportamiento.

Concluimos, entonces, que las dificultades que acarreaba la temprana práctica psiquiátrica de Córdoba, no sean tal vez más que la consecuencia de la búsqueda ciega que, no sin política, funcionan muchas veces como empujes de estar a la altura de la época (lo mencionamos arriba respecto a nuestros psiquiatras y al arribo de la modernización) sin fundarse en un real localizable en el encuentro con el paciente.

* Publicado en Revista Saltos 5. Córdoba, Argentina.

Referencias bibliográficas

Bercherie, P. (1986). Los Fundamentos de la Clínica. Historia y estructura del saber psiquiátrico. Buenos Aires: Manantial.

Carbonetti, A. (2005). La conformación del sistema sanitario de la Argentina. El caso de la Provincia de Córdoba, 1880-1926. Dymanis.

Martínez, S. (1896). Neurastenia (agotamiento nervioso). Tesis para optar el título de doctor en medicina y cirugía. Universidad Nacional de Córdoba. Córdoba: La Italia.

Pitt, A. (1898). Neurastenia (agotamiento nervioso). Tesis para optar el título de doctor en medicina y cirugía. Universidad Nacional de Córdoba. Córdoba: La Patria.

Envolturas históricas*

Para el tema que nos convoca tomaremos dos citas de Gérard Pommier1 donde podemos ubicar una relación entre la cifra y la historia. Por un lado, señala que: “La cifra sobrevive. Sigue siendo el único signo aparente de un drama del que el sujeto no quiere saber nada» (2005, 130). Hasta aquí, si bien no sabemos con precisión a qué se apunta con la cifra, sí sabemos que se trata de algo que es difícil de soportar. Quizás sea por ello, justamente, que conlleva un drama para el sujeto.

Por otro lado, en el mismo texto indica respecto a la permanencia invariable de la cifra: “La cifra del mismo síntoma funciona así respecto de acontecimientos en serie, cuya significación en común presenta envolturas históricas variables” (2005, 135). Ahora nos encontramos con que aquel drama, histórico como todos, del que la cifra forma parte, funciona como la envoltura variable de aquella. De allí que valga la pena adentrarnos en la relación de la cifra y la historia.

Podemos imaginarnos dos superficies superpuestas. Por un lado, aquello que inaugura forzosamente una relación a algo, una inscripción primera, una cifra. Luego, para ponerlo en una secuencia lógico-temporal que nos permita ubicar momentáneamente las cosas, sobre esa cifra se asentarán envolturas, intentos de desciframientos históricos, en consecuencia, variables.

En esta línea sufriríamos de las envolturas de los acontecimientos históricos y de aquello primero no tendríamos noticias pues dichas envolturas lo recubrirían. De esta manera la historia pretende decir lo que sucede en esas cifras, eso a lo que no tenemos acceso pues no sabemos cómo se nos introdujo ni cómo empezamos a habitarlo. Entonces la historia serviría aquí para envolver, dar un sentido o forma, sin saber bien a qué. Los recuerdos encubridores de los que hablaba Freud serían aquí probablemente un ejemplo paradigmático. En este punto se verifica que la historia no es el pasado, como hemos referido en otra oportunidad (Lucero, 2016, 24), sino más bien la manera en que se juega, en que se dicepone2 (Lacan, 2009, 130) cada vez una envoltura, con sus torsiones y sus ficciones.

Algo interesante que se desprende de lo anterior radica en que la historia no estaría hecha para relatar cambios, sino por el contrario, ella introduce el cambio, incluso ella es el cambio mismo atribuido a una cifra invariable (pues esta solo es inscripción) donde no hay temporalidad en juego. Pero ojo, porque las envolturas son necesarias para una continuidad.

Resulta extraño, advertir que desde esta perspectiva cifra e historia ni se conocen, pareciera que no quisieran saber la una de la otra. Sin embargo no es menos cierto que una se pone en marcha para negar la otra, dado que ella misma es causada por aquella: resulta entonces que la historia no es nada más que una fuga en la que solo se narran éxodos (Acha, 2010, 278). No obstante, debe llegar un momento, tal vez en análisis, en el que el levantamiento de las envolturas podría evitar el recorrer cada vez los incansables caminos de los vericuetos históricos. Habrá historia claro, dijimos que es imprescindible, pero no todas serán útiles. Llegado este punto la reducción histórica probablemente nos arrime a la dimensión de la cifra.

Por último, tenemos que concluir que si alcanzamos algo de las cifras habrá ya otros contornos, nuevas formas, nuevas envolturas de las que quizás no sea imperioso tener que emigrar.

1. Gérard Pommier es psicoanalista en París.

2. Bajo el término dicepone Lacan refiere a que frente a la pregunta por si tenemos una memoria, prefiere plantearse más bien si disponemos de ella: termina concluyendo que, en concreto, uno tiene que decir cada vez.

* Publicado en Revista Saltos 4. Córdoba, Argentina.

Referencias bibliográficas

Acha, O. (2010). “No es toda la historia: Lacan y los entretiempos freudianos”, en Inconsciente e historia después de Freud. Cruces entre filosofía, psicoanálisis e historiografía. Buenos Aires: Prometeo.

Lacan, J. (2006). El sinthome. El Seminario 23. Buenos Aires: Paidós.

Lucero, J. (2016). “Cuando la historia será”, en Saltos 3. Córdoba: Fundación Salto.

Pommier, G. (2005). Qué es lo “real”. Buenos Aires: Nueva Visión.

Cuando la historia será*

La historia es un discurso fundamental porque lo fundamental del sujeto se descifra del discurso de la historia” (García, 2005, 17).

Alguien entra al consultorio, pasa, habla, se queja, y va al pasado. Recurre, lo más probablemente, a una frase que se escucha más o menos así: “volví a hacer lo mismo que en el pasado, retrocedí”. Sin embargo, la posibilidad de virar dicha afirmación y, por qué no, el caso mismo, hacia el esto nunca te pasó, resulta, cuando menos, operativa en psicoanálisis. Veamos. Si bien el esto de aquella frase condensa eso a contar, ese punto de agarre que siempre remite al sujeto hacia al pasado, el nunca te pasó es lo que habilita a alguien a contar, a comenzar de nuevo. Entonces tenemos aquello que sí remite al antes, pero en el mismo acto lleva a aquello que está por acontecer. Pareciera que, por esta vía, el pasado será lo que se cuenta. Hasta acá, lo relativo a “la historia no se escribe en pasado”, pero, sin embargo, se necesita de alguna materia para contar. Siguiendo esta lógica, la historia se trata de estar de nuevo frente a eso, de nuevo el sujeto es sostenido por el objeto frente al cual se encuentra dividido, pero, y esto es lo interesante, se puede salir de allí empezando a contar-relatar. Es que allí podrá, tal vez, ubicarse, orientarse para poder continuar. No se trata en esta lógica de explicar cómo fue eso y que hable de eso en sí, sino cómo sigue, qué pone –materia- esta vez. Para Lacan, según Erik Porge (Porge, 2007, 57), el relato debe ser puesta en relato, lo que allí se hace con él.

Sin un esto no tenemos historia, pero sin su actualización tampoco. La historia nos muestra, así, un uso de los sentidos, que consiste en señalar qué lugar ocupa un acontecimiento (Bloch, 2012, 32-37) de ahora en más.

En este marco, es posible pensar la idea de fin de la historia como no tan solo un acabamiento de los relatos junto a sus respectivas referencias tradicionales, sino la oportunidad de introducir algo allí. Obsérvese que puede pasarse de la pérdida a la habilitación para contar una historia. La manera en que Germán García resume la pretensión de Lacan, merece ser tenida en cuenta: “la teoría de Lacan es cómo conducir a un sujeto hasta el punto donde no hay nada, para obligarlo a inventar” (García, 2014, 34). De modo que la historia puede volverse así, no aquello (pre)establecido que funciona de allí en más en nosotros sino, una invención. Esta historia es la historia de quien la escribe (Musachi: 2014, 1). La relación enrevesada, utilizada para desresponzabilizarse, entre historia y origen queda por fin desecha. La otra permite esclarecer un real en relación a algo y, de allí en adelante, recomenzar. Podemos sostener entonces que, frente a lo real, si no se historiza no se hace nada, se desaparece en la insistencia de las amarras al pasado.

Pareciera que lo real es para quienes tomen la decisión de reconducir el sentido de lo acontecido y, no menos importante, de soportarlo.

* Publicado en Revista Saltos 3. Córdoba, Argentina.

Referencias bibliográficas

Bloch, M. (2012) “La historia, los hombres y el tiempo”. En Introducción a la Historia. México. Fondo de Cultura Económica.

García, G. (2005). La entrada del psicoanálisis en la Argentina. Buenos Aires: Catálogos.

García, G. (2014). “Clase Dos”. En Diversiones Psicoanalíticas. Buenos Aires. Otium.

Musachi, G. (2014). “El acto en cuestión, su objeto”. En Revista Virtualia N°29. Disponible en: http://virtualia.eol.org.ar/029/template.asp?Psicoanalisis-y-literatura/El-acto-en-cuestion-su-objeto.html.

Porge, E. (2007). Transmitir la clínica psicoanalítica. Buenos Aires. Nueva Visión.

La historia – lo mental*

Comenzaremos con una cita de Jacques Lacan del año 1977: “Un tal Gödel, que ahora vive en América, ha demostrado que hay lo indecible. ¿Sobre qué terreno lo demuestra? Sobre el más mental de todos los mentales, sobre todo lo que hay de más mental, sobre lo mental por excelencia, sobre la punta de lo mental, a saber lo que se cuenta” (1988, 45). Proponemos que, si en dicha frase Lacan definía a lo mental a partir de una contabilidad que no puede sostenerse más que en la incompletitud, es que ya forjaba, también, una concepción de la historia al respecto.

Analicemos brevemente de qué se trata entonces esta propuesta. Si lo mental es el terreno sobre el que se demuestra lo indecible, podemos suponer que justamente allí se demuestra que las cosas no cierran. Quizás, en función de ello, Lacan llamó a lo mental “lo fútil” (1989, 16). Es decir que, para quien busca sostener una coherencia definitiva, lo mental resultará intrascendente. Hay lo indecible, y no porque haya algo que no se pueda decir, sino porque eso por sí mismo, lejos de permitir finalizar, requiere otro dicho para afirmarse. Solo así puede concebirse a lo mental, funcionando solo a partir de esa contabilidad continua. En este sentido, no hay acción mental que no culmine en un agujero, pero solo este proceso produce la subjetividad.

Como se expresa más arriba, Lacan se interesa en la cuestión de la contabilidad de Gödel. Este formalizó sus teoremas de la incompletitud al sostener que hay indemostrables pues, bajo ciertas condiciones, ninguna teoría matemática formal, con capacidad de describir números naturales, es a la vez consistente y completa. O sea, allí, no todo puede probarse ni refutarse.

Es lógico deducir entonces que, por alcanzar inevitablemente un punto indecidible (por eso indecible), es que cobran pleno valor las operaciones (algoritmos) en juego. Solo importa, así, lo que se cuenta.

El contar, supone un cálculo, una cuenta, incluso un cómputo. Es interesante que si en la historia se cuenta un hecho, se calculan, en ese acto, las características o formas de ese hecho, luego se establece una cuenta (esto sucedió primero, aquello después) y también se computa (tantos actores, tantos contextos). Cuando se cuenta, por ejemplo, se privilegia un suceso frente a otro, liberales frente a conservadores, el estado frente al pueblo, etc. Así como también se estructura un orden en el que las cosas aparecen o se desarrollan. O se tiene en cuenta, además, a un personaje y no a otro.

Sin embargo, para precisar este contar histórico, intentamos despejar la práctica de la historia, basada estrictamente en una minuciosa recolección de datos y la exhaustiva dilucidación de un hecho, incluso al extremo de llegar a la pura erudición, de la poca importancia a veces otorgada al hecho de inyectarle novedad a través del acto de contar. Al respecto, François Dosse cita a Michel de Certeau para afirmar que la historia «le abre así al presente un espacio propio; ‘marcar’ un pasado es hacerle un lugar al muerto, pero también redistribuir el espacio de los posibles” (2009, 31). La historia, y este es el punto, es el presente. Lo que se distingue del enfoque hermenéutico de la historia, que habla de «hacer presente». La historia ya no se trataría de un rescate.

De este modo, es necesario considerar lo que dijo Reinhart Koselleck: «el relato como el guardián del tiempo, en la medida en que no haya tiempo pensado sino contado» (Dosse, 2009, 44).

En este sentido, José Luis Romero coloca en igualdad de condiciones al aspecto científico de la historia y a lo que denomina “conciencia histórica”. Esta última procura que los elementos se incorporen en una estructura poseedora de sentido que no se encuentra en los testimonios y que sólo aparece cuando el dato se funde en un complejo organizado según un esquema intelectivo (2008, 39).

Podemos sostener entonces que el trabajo de contar una historia, de otorgarle un otro sentido, produce una versión (nueva) inherente a dicha historia, en tanto que en ese mismo acto se hace esa historia. Es decir que podríamos considerar que quien cuenta, tal vez sin saberlo (pues tal vez él no lo decide) fija, ordena, refiere y privilegia determinado aspecto del acontecer histórico, creando, de ese modo, una versión particular de ello. Incluso el historiador, cuenta sobre restos de otras contabilidades que pretenden también re-ordenar, re-dirigir. Dominick Lacapra habla de «restos textualizados del pasado» (2012, 241). Pues ese historiador, estableció un recorte puntual, probablemente no azaroso, desde su “forma mental” (Lacan, 2000, 35). Esa podrá ser su historia. En este punto, de cada contabilidad una historia nueva.

En concreto, ¿qué es la historia? “Una frase que refleja la realidad pero que nadie había dicho antes”, afirma Alexandre Kojève en el Emperador Juliano y su arte de escribir (2003,57). Sus desarrollos, allí, acerca del “fin de la Historia” (tomando a Hegel), giran en torno a que la Historia, con mayúsculas, está cerrada. Toma también, para ello, a Marx al indicar un “estado universal” que conduce a la pura homogeneidad, a que se repita lo mismo en todo el mundo. En esa vía, podemos preguntarnos qué más contar.

En lo mental, como aquello que también se cuenta, hay un agujero, un indecible que sin duda se presenta como fin. En resumidas cuentas, si asistimos al fin, estamos forzados a contar, una y otra vez, alguna historia. La historia que se escribe con mayúsculas, es aquella que ha acabado en el capitalismo, y la otra con minúsculas, hija de esta época, es la que nos obliga a contar algo cada vez, a pesar de no alcanzar una continuidad entre las contabilidades. A esta altura podemos establecer que, como la historia no está exenta de lo indecible, la función de dicho fin es, a la vez, la habilitación para un nuevo comienzo, para contar una vez más.

* Publicado en Revista Saltos 2. Córdoba, Argentina.

Referencias bibliográficas

Capítulo de libro:

Dosse, F. (2009). La operación historiográfica. En Paul Ricœur-Michel de Certeau, La historia, Entre el decir y el hacer, 31-44. Buenos Aires: Nueva Visión.

Kojève, A. (2003). Los filósofos no me interesan, busco a los sabios. En El emperador Juliano y su arte de escribir, 57. Buenos Aires: Grama.

Lacan, J. (1989). Apéndice I, Introducción a esta publicación. En R.S.I., 16. Buenos Aires: Escuela Freudiana de Buenos Aires.

Lacan, J. (1988). Lo imposible de aprender. En “L’insu que sait de l’une-bévue s’aile à mourre”, 45. Buenos Aires: Escuela Freudiana de Buenos Aires.

Lacan, J. (2000). La equivocación del sujeto supuesto al saber. En Momentos cruciales de la experiencia analítica, 35. Buenos Aires: Manantial.

LaCapra, D. (2012). Historia intelectual. En Giro lingüístico e historia intelectual, 241. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes.

Romero, J. L . (2008). Gloria y tragedia de la ciencia histórica. En La vida histórica. Buenos Aires: Siglo Veintiuno.

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